Antonio Benítez Burraco sobre «El origen del lenguaje. De Adán a Babel»

«Y Yavé Dios trajo ante el hombre todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese cómo los llamaría […]. Y dio el hombre nombre a todos los ganados, y a todas las aves del cielo y a todas las bestias del campo.» Dentro de este fragmento del Génesis quedaría implícitamente afirmado que el hombre fue creado por Yavé ya dotado de la capacidad del lenguaje y también de una lengua. También esos otros seres poseían sus propias voces y la atención que los antiguos depositaron sobre los sonidos emitidos por los pájaros y otros animales suscita muchas preguntas acerca de cómo los humanos los percibían y comprendían como lenguaje y lengua, pero en este relato se manifestaría la primacía del lenguaje humano como ordenador de la realidad sobre el de todos los demás seres. Cabe preguntarse si esto es a su vez un reflejo de la muy temprana certeza o intuición del hombre sobre el hecho de que quizá él fuese el único de los seres vivientes que reflexionaba a propósito de ese atributo. Antonio Benítez Burraco menciona en este libro el episodio recogido por Herodoto acerca de la curiosidad del faraón Psamético por saber cuál habría podido ser la primera lengua hablada por los seres humanos y el experimento que a tal fin llevó a cabo y que es, de algún modo, un mismo esfuerzo de vocación científica por entender el origen del lenguaje que el que hoy él mismo desarrolla.

La más elemental de las preguntas sobre el origen del lenguaje se multiplica inmediatamente en otras muchas preguntas, y todas ellas, como dice Benítez Burraco, no son nada triviales ni fáciles de responder. ¿Es el lenguaje una excepción evolutiva, una anomalía que la hace ser una capacidad sólo específicamente humana o es una capacidad que también poseen otros seres vivos? De ser esta segunda posibilidad el caso, ¿qué similitudes y qué diferencias existen entre el lenguaje humano y los lenguajes desarrollados y empleados por otros seres vivos? ¿Qué es lo que en concreto constituye al lenguaje humano como tal? Si la finalidad del lenguaje es comunicar, ¿por qué entonces existen tantas lenguas distintas y cuáles son los motivos que dan lugar a esas diferencias entre ellas? ¿Hasta qué punto influye una lengua en la modelación de los rasgos de una sociedad o una cultura? Con claridad, pero sin querer disimular su complejidad ni la dificultad que implica obtenerlas, este libro ofrece las respuestas que la ciencia actual puede proporcionar a ellas tras estudios basados en evidencias sólidas.

Ese apoyo absoluto en la evidencia que ha quedado objetivamente demostrada es la importantísima enseñanza que Antonio Benítez Burraco deja inserta dentro de esta lección sobre el origen del lenguaje y la evolución de las lenguas. Una enseñanza que no dice que haya que aseptizar ni volver rígido el pensamiento, sino que es de la generación de un conocimiento fundado sobre lo tangible y comprobable desde donde puede partir un buen desarrollo plural de ideas colectivas e individuales. En torno a ella, esa cuidadosa explicación acerca de cómo el desarrollo de nuestro cerebro y otros órganos de nuestro cuerpo en interacción con múltiples tipos de factores ambientales, sociales, culturales…fue dotando al ser humano de la prodigiosa capacidad de comunicarse con otros y consigo mismo.

Tu perfil académico es muy singular y específico: eres licenciado en Biología y Filología Eslava y estás doctorado en Lingüística y también en Bioquímica. Actualmente eres catedrático de Lingüística General en la Universidad de Sevilla. ¿Cómo se articula esa trayectoria donde se hibridan disciplinas de ámbitos tan aparentemente alejados?

Supongo que, como en todos los casos, puede definirse como una aventura personal. Buscaba un camino en el que fundamentalmente me fuera posible no dejar de aprender y, seguramente, el mejor camino para obtener una remuneración por leer y estudiar sea ejercer el trabajo de profesor. A esta decisión se sumaron después diferentes circunstancias.

Estudié Biología en la Universidad de Sevilla y me trasladé luego a Córdoba para hacer mi tesis doctoral, que versó sobre un tema relacionado con la mejora genética de plantas. Lo habitual en titulaciones de este tipo es pasar unos años de formación adicional en el extranjero y luego regresar al país de origen para desarrollar una carrera dentro del círculo académico y profesional que ya se conoce. Desafortunadamente, mi director de tesis falleció abruptamente, con lo que mi posibilidad de regresar a Córdoba para arrancar ahí mi trayectoria se truncó y quedé algo desorientado.

En paralelo, siempre me había interesado mucho la literatura y me llamó la atención la noticia de las clases de lengua rusa que ofrecía el Instituto de Idiomas de la Universidad de Sevilla, así que comencé a asistir a ellas con la ilusión de poder llegar a leer algún día literatura rusa en su versión original.

No proseguí con la investigación en Biología y comencé a impartir clases en educación secundaria. A la vez, y para evitar perder esa formación en ruso que había adquirido, me matriculé en la Universidad de Granada para cursar la licenciatura en Filología Eslava, que justo este había comenzado a ofrecer, y acabé titulándome en esta carrera. Al saber de mi conocimiento en Biología y mi interés por las lenguas, el anterior catedrático de Lingüística de la Universidad de Sevilla, que estaba muy interesado en las cuestiones relativas a la biología del lenguaje, me sugirió adentrarme en la investigación de ese campo. Esa investigación me llevó a doctorarme en Lingüística con una tesis en la que investigaba los fundamentos genéticos del lenguaje.

Al entrar en este territorio me di cuenta de que las escasas personas que se dedican al ámbito de la biología del lenguaje eran lingüistas que poseían los rudimentos de biología necesarios para comprender los fundamentos últimos de aspectos tales como el modo en que el cerebro procesa el lenguaje, qué son los genes…Yo tenía a mi favor disponer de una formación más completa y académica de estos temas y todo el trabajo que he desarrollado se ha beneficiado de esa doble formación y del hecho de que se trata de un ámbito muy multidisciplinar, pero en el que conviven disciplinas de territorios muy distintos.

Esto es algo que se hace patente durante la lectura de tu libro: cómo es necesaria una participación integrada de conocimientos procedentes de campos de las ciencias y de las humanidades para, dentro de lo volátil que es el campo de la formulación de teorías sobre los orígenes del lenguaje, poder plantear hipótesis sustentadas en el mayor rigor posible.

De hecho, en el estudio del origen del lenguaje todavía convergen aún más disciplinas. Se necesitan conocimientos de antropología, evolución humana…y, lógicamente, es  imposible que una sola persona pueda ser una experta en todos estos campos. Sí es precisa una formación básica que permita comprender los resultados expuestos en un artículo, aunque no se entienda enteramente la metodología seguida en un estudio concreto. Esto se complica cuando se trata de disciplinas muy diferentes.

En Lingüística y Biología existen métodos compartidos, incluso lo es también la visión general acerca del funcionamiento de la ciencia; por eso, el choque que he encontrado cuando he comenzado a hablar con otros lingüistas, procediendo yo del campo de las ciencias experimentales, ha sido mucho menos abrupto. Hay un punto común de entendimiento respecto a qué son los hechos, qué es la verdad y si esta es o no relativa, el papel de la experimentación para validar las hipótesis, qué es una opinión y qué es un hecho contrastado, etcétera.

Pero esto no es algo que siempre suceda con otras disciplinas humanísticas y, a veces, ni siquiera con algunos lingüistas, por eso creo que no se trata solamente de formarse técnicamente lo mejor posible en dos disciplinas, sino quizá también entender cómo se piensa en dos ámbitos que son tan distintos, aunque en realidad no debieran serlo tanto. En Lingüística hay muchas discusiones teóricas que a mí personalmente no sólo me resultan extrañas, sino también superfluas, puesto que son asuntos que se resuelven aplicando el método experimental.

Esta perspectiva, sustentada firmemente en la evidencia empírica, es desde la que aportas una opinión en columnas de prensa sobre temas que actualmente están en debate en nuestra sociedad, tales como la diversidad lingüística o el lenguaje inclusivo. En estas columnas leemos un aviso respecto a la ideologización política de toda lengua, así como respecto a la imposibilidad de forzar el comportamiento natural de una lengua, que habría que entender como un organismo vivo cuyo desarrollo es su respuesta a circunstancias y empujes de otra índole. Igualmente, recalcas la necesidad de no incurrir en purismos ingenuos o hipócritas en relación a temas como la desaparición de lenguas. Tu perspectiva es fundamentalmente pragmática desde lo científico y, desde la claridad que este tipo de textos precisa y sin perder de vista en ningún momento la convicción de que el respeto a los derechos y el bienestar de todas las personas debiera ser el objetivo prioritario de una sociedad, evidencias la multiplicidad de factores que intervienen en el hecho lingüístico y su complejidad y el hecho de que el conocimiento de especialistas en este campo no es convocado por los políticos a fin de abordar con rigor y cuidado esos debates, muy sensibles y en absoluto inocuos. Que la sociedad sea verdaderamente ética depende en gran medida del respeto a las evidencias que puede proporcionar un conocimiento buscado con objetividad y rigor es la conclusión que se desprende de tus reflexiones.

Uno de los motivos que hacen altamente preocupante esa excesiva polarización ideológica actual, presente tanto en la vida académica como en la totalidad de la vida pública, es que afecta profundamente a la autonomía intelectual de cada individuo, aniquilando o acobardando su capacidad de razonamiento y reflexión crítica.

Algo que he notado con el tiempo dentro del ámbito académico es que las cuestiones de carácter ideológico tienen más peso en el campo de las humanidades. Me atrevo a decir que incluso quizá mayor del que debieran.

He observado que algunos temas que a veces abordo en clase de forma tangencial son difíciles de discutir. Noto que hay estudiantes que se sienten coartados a la hora de expresar su opinión porque temen caer en la incorrección política cuando se abordan temas como, por ejemplo, las diferencias biológicas ya no sólo entre hombres y mujeres, sino entre grupos humanos, con respecto al pasado o culturales. En cuanto se habla de diferencia inmediatamente aparece el miedo, por si eso implica algún tipo de clasificación jerárquica en términos «mejor-peor», y con ello ya queda anulada toda posibilidad de debate.

Esas actitudes me resultan extrañas porque reconozco claramente una diferencia entre los hechos y la interpretación o juicio que posteriormente puede hacerse de ellos. Por eso, el que incluso se pueda llegar a negar los hechos me sorprende, ya que es algo que en el campo de las ciencias no sucede: ahí las cosas son como son y eso es lo que el investigador trata de entender. Por supuesto, entiendo que en el ámbito de las humanidades nos encontramos ante temas que plantean más problemas de carácter filosófico o moral. En un trabajo de investigación en mejora vegetal, por ejemplo, hay pocas implicaciones de ese tipo; no obstante, el tipo de paradigma científico que se aplica al estudio de la variación genética de las plantas debiera ser el mismo con el que estudiar si existen variaciones genéticas dentro de la población humana, no cabe abordar el tema de otra manera. Naturalmente, hay que saber considerar luego las repercusiones políticas y sociales que las conclusiones de ese estudio podrían tener, pero el hecho de que se lleguen a negar esas variaciones es lo que a mí me ha resultado muy chocante y, como digo, veo cómo muchos de alumnos de máster manifiestan un cierto temor a hablar de todo eso. Y no me parece que se trate de ese lógico temor que un estudiante puede sentir ante una materia muy alejada del ámbito disciplinar en que se ha formado, sino un evidente miedo a aceptar la evidencia de esos hechos a causa de esa prevención que imponen los tiempos que corren.

Y que es altamente problemática porque la objetividad debe ser el punto de anclaje indispensable para el pensamiento. También en las humanidades es fundamental tener a la vista un eje firme, una evidencia desde la que surjan las preguntas y que sea siempre el sostén de las interpretaciones y teorías que puedan desarrollarse.

Y aquí nos encontramos con hechos sobre cuestiones que son mucho más básicas y mensurables. No se trata de debatir la organización de una sociedad específica, sino cuestiones biológicas tales como que el número de glóbulos rojos de la sangre de los nepalíes es mayor que el nuestro como resultado de su adaptación a la altitud. Esa diferencia es innegable puesto que ha sido medida. Planteando esto, que es un caso de adaptación al ambiente físico, les pregunto si, del mismo modo, es posible que pueda darse algún tipo de diferencia a nivel cognitivo que derive del ambiente social y cultural en que un individuo se haya desarrollado. Ahí es donde inmediatamente comienzan a encenderse las luces rojas y toda el aula queda en silencio. Este es un debate que ahora mismo es muy complicado tener.

En mi opinión, esto es algo muy problemático. Aceptar esa evidencia no tiene el mismo carácter que tendría reflexionar y dar opinión sobre el tipo de cuestiones más sensibles que podrían suscitarse a raíz de ella, como, por ejemplo, si esto justificaría que unas personas tuvieran unos derechos que los privilegiaran sobre otras, a lo cual, evidentemente, habría que responder que no. De todas formas, ese debate sobre las diferencias no es en realidad tal, ya que es una hipótesis que puede falsarse y que es de hecho muy posible que sea cierta, puesto que es ilógico pensar que nuestro cuerpo sí se adapte a unas determinadas condiciones ambientales, pero que no lo haga nuestro cerebro, cuando éste forma parte de nuestro cuerpo.

El subtítulo de tu libro es «De Adán a Babel». Creo que está excelentemente escogido: Adán es símbolo del único ser de la Creación dotado con la capacidad del lenguaje y Babel alude a la aparición de la multiplicidad de lenguas que pueblan la tierra (y que en ese episodio del Antiguo Testamento se presenta como un castigo divino a la hibris humana; posteriormente, en el Nuevo Testamento, se señala que «al llenarse de espíritu santo», los apóstoles comenzaron a hablar en lenguas diferentes o ser su habla comprendida como su propia lengua materna por oyentes que no eran galileos).

La mención a Adán y al episodio de la Torre de Babel me parecía casi obligada.

El símbolo de Babel me permite mostrar el cambio de actitud que ha habido hacia la diversidad lingüística. No ya sólo respecto al hecho de que en cualquier momento y lugar de la historia uno ha considerado su lengua materna superior a las demás -pensemos en el sentido que la palabra «bárbaro» tenía entre los antiguos griegos-, sino también al hecho de que hoy defendemos muy acríticamente, aunque también es razonable hacerlo, la diversidad lingüística y la necesidad de preservar las lenguas, (algo que últimamente tenemos muy presente con la reivindicación del uso en el Congreso de las lenguas cooficiales). Sin embargo, para los antiguos, la diversidad lingüística era un problema, ya que impedía la posibilidad de comunicarse. Hace un siglo, la gente saludó muy ilusionada la aparición del esperanto no sólo para facilitar la comunicación, sino para que desaparecieran las lenguas y el fuerte sentimiento identitario que despiertan y que fue el origen de todos los conflictos nacionalistas de los siglos XIX y XX. La idea de crear una lingua franca que tuvo L.L. Zamenhof nació de sus convicciones pacifistas.

Hoy todo el mundo acepta como un dogma que la diversidad lingüística es buena. Evidentemente, como lingüista a mí me resulta beneficioso que existan multitud de lenguas, a fin de contar con material de estudio; no obstante, cuando se hacen estudios serios para averiguar por qué están desapareciendo algunas lenguas surgen cuestiones que dan qué pensar. Recientemente se publicó un estudio muy completo y en él, considerando numerosos parámetros sociales, económicos, etcétera,  se indicaba que los dos predictores más fuertes de pérdida de diversidad lingüística eran el número de kilómetros de carretera que había en el país y los años que los niños pasaban en la escuela. A mayor número de carreteras en un país, más amenazadas están las lenguas que se hablen en él, lo cual es lógico puesto que las carreteras son elementos que conectan a las personas. Y una más prolongada duración de los años de escolarización supone que los niños estén expuestos a más lenguas francas que les permitan posteriormente acceder a la universidad, entender vídeos de entretenimiento o programas de televisión.

Entonces, mantener la diversidad lingüística tiene un precio. ¿Cuál es dicho precio? En gran medida, el aislamiento físico y cultural de las personas. Esto, obviamente, llevado al extremo. Se pueden pensar políticas más amables para preservar la diversidad, pero el motor fundamental de la diversidad lingüística, además desde el punto de vista histórico, es la separación geográfica o cultural, como podemos ver que sucedió con el latín. Ese es el tipo de debate que yo echo en falta en la universidad y también dentro del ámbito público por parte de los políticos. Es muy necesario un debate a fondo para indagar en qué se sabe y no se sabe y en las dos caras del problema.

Sin retirarnos aún de los símbolos de Adán y Babel y los dos términos en torno a los que gira tu libro: lenguaje y lengua, te pido permiso para un inciso. En el libro explicas cómo la capacidad del lenguaje como herramienta de comunicación y construcción del pensamiento es resultado de toda una serie de procesos evolutivos de desarrollo neurológico y anatómico en el ser humano, un rasgo que la caracteriza como especie, y ahondas también en ese aspecto de Babel, de la diversificación de las lenguas como resultado de una serie de condicionamientos específicos (ambientales, sociales, culturales…), deteniéndote en abordar la pregunta de si la lengua que un individuo habla incide en su percepción y forma de construir la realidad. Cuando estudiamos una lengua extranjera, el específico uso de tiempos verbales, las quisquillosas preposiciones, determinadas connotaciones en el significado de palabras y modismos o variaciones de sentido en palabras muy similares en una lengua y otra…nos hacen ver diferencias entre formas de experiencia y conceptualización de determinadas cuestiones de la realidad. Hasta qué punto son profundas o trascendentes esas diferencias es una interesante pregunta que dejas abierta para el lector y para las que pueden servirnos de materia de reflexión nuestras propias experiencias. Una vez viajaba en el mismo compartimento de tren que un hombre que, si recuerdo bien, era de nacionalidad búlgara. Tenía muchas ganas de conversar con quienes éramos sus compañeros de trayecto y estuvo contándonos los motivos de su viaje, su itinerario, qué había estudiado, a qué se dedicaba… y lo hizo mediante una mezcla de palabras de diferentes lenguas europeas que salía arrolladoramente de su boca, como si fuera una sola. Lo que hacía aún más fascinante el caso es que esa amalgama oral resultaba perfectamente comprensible. Me hizo pensar en ese hombre un pasaje al comienzo de La lengua salvada donde Elias Canetti, también búlgaro, escribe que sólo en Ruse, la ciudad de su infancia, «se hablaban siete u ocho lenguas diferentes, y todos entendían algo de cada una» y que se contaban muchas historias edificantes que tenían que ver con el conocimiento de varios idiomas. Y hace poco, en medio de una conversación cordial, animada y larga, me disculpé por mi torpe francés con mi interlocutor, un parisino que me respondió sonriendo que le estaba resultando bastante interesante darse cuenta de que estaba charlando con alguien hablando en francés, pero no hablando francés. Episodios de este tipo pueden ser el punto desde el que para los no conocedores se nos ponga inmediatamente de manifiesto la complejidad del asunto del lenguaje y las lenguas y que, aunque se queden seguramente en una capa muy superficial, hagan que se abran y ramifiquen en nuestra cabeza muchas preguntas sobre el asunto.

Retomando el hilo, una problemática que hoy se plantea es la del empobrecimiento de la capacidad del manejo de la lengua tanto a nivel oral como escrito, algo que afecta no sólo a los más jóvenes debido al descenso en la exigencia académica en los ciclos de educación primaria y secundaria, sino también a adultos a los que cabría suponer una cierta formación superior: cada vez es más frecuente ver a políticos y figuras públicas diversas cometiendo errores bochornosos. En el caso de los más jóvenes, viendo cómo disponen de sus propios recursos de comunicación en redes sociales, me planteo, no obstante, si eso que a alguien de cierta edad puede parecernos un deterioro o preocupante simplificación, no se trata simplemente de un fenómeno natural dentro del lenguaje, como los que se han producido en otros periodos de la historia. Por ejemplo, en el Fedro de Platón leemos cómo Sócrates deplora el surgimiento de la escritura.

Es cierto, hay que intentar evitar caer en esa idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Estos cambios son algo que también hay que testar, son un problema empírico. Se han hecho algunos trabajos para averiguar si capacidades cognitivas básicas, como la memoria, han cambiado en las últimas generaciones. He leído algunos trabajos que sugieren que el coeficiente intelectual se ha estancado o que incluso ha comenzado a decrecer. El coeficiente intelectual es un parámetro biológico, no depende necesariamente de qué estímulos recibe y en qué ambiente cultural se crece. El incremento de ese coeficiente fue resultado de una mejora en la dieta alimenticia, del desarrollo del cerebro… y contamos con evidencias de ello. Quizá sí hemos llegado a un tope y se ha producido un estancamiento en la posibilidad de seguir haciendo crecer esa capacidad mental infinitamente. Aun así, esto es una cuestión que no afecta excesivamente a eso que estamos aquí comentando porque seguramente no haya muchas diferencias entre una generación y la precedente.

La expresión a través del lenguaje escrito se ha empobrecido, algo que también puede medirse, ya que hay muchos elementos típicos de la sintaxis compleja como el relativo «cuyo» que se están perdiendo. En términos de información probablemente eso no sea tan relevante porque es cierto que si un documento textual se complementa con un buen material audiovisual la información que se transmite es la misma e incluso se pueda transmitir de manera más eficaz, pero la expresión de las ideas por escrito se está resintiendo, algo que de alguna manera está relacionado con la pregunta de si la variedad de la lengua que se emplea afecta de alguna manera al pensamiento.

Aunque la lectura de tu libro hace ver que ningún fenómeno relacionado con la lengua puede ser reducido a o juzgado según un único criterio, no deja de parecerme que el empobrecimiento de la lengua pone en riesgo la preservación y el ulterior cultivo del conocimiento. El vocabulario manejado es cada vez más exiguo, se debilita o se anula el establecimiento una relación intelectual y sensible con las palabras…

La lengua es una herramienta para pensar y que utilices formas más sutiles y complejas de la lengua de manera constante te ayuda a estructurar mejor tu pensamiento y a hacerte pensar de una forma más sofisticada. Esto es una cuestión que también podría medirse, pero finalmente uno debe ser consciente de que lo que estamos hablando aquí es de la variedad escrita de la lengua que es, en el fondo, algo muy raro y artificial. La mayoría de las lenguas no se han escrito nunca y durante un largo periodo de la historia sólo una minoría de la población sabía escribir. Esto es algo que nos ha dado bastante qué pensar a los lingüistas: hay quien ha planteado que lo que creemos saber sobre el lenguaje humano está muy sesgado por el hecho de haber estudiado esa variedad tan rara que es la lengua escrita. Para entenderlo con un equivalente, sería como si todos los zoólogos hubieran estudiado únicamente marsupiales; su visión de los mamíferos sería por ello muy poco real, ya que los marsupiales constituyen una especie de excepción.

El lenguaje humano ha evolucionado y lo hemos usado la mayor parte del tiempo oralmente y en conversaciones posiblemente más similares a esas que mantenemos con nuestra familia, porque hemos vivido en grupos humanos cerrados en los que todos los miembros se conocen bien entre sí. Es una forma de hablar que no se asemeja a esta que nosotros estamos manteniendo: una conversación entre dos desconocidos y sobre temas de cierta complejidad y en donde ninguno de los dos sabe con certeza qué conoce y sabe el otro, y por ese motivo somos más explícitos, elaboramos más nuestras ideas. En una conversación doméstica, a veces basta sólo una palabra para que ese miembro de la familia al que nos estamos dirigiendo comprenda el mensaje, porque el contexto y, sobre todo, la experiencia compartida completarán todo lo que falta en él. Quizá estemos dirigiéndonos hacia una comunicación de ese tipo.

De hecho, contradiciendo eso mismo que yo acabo de plantearte arriba, en el libro presentas ejemplos de algunas lenguas cuya estructura elemental no supone que sean incapaces de transmitir mensajes conceptualmente complejos (o, para utilizar la terminología de la teoría planteada por Noam Chomsky, que carecen de estructuras recursivas).

Exacto, porque se trata de esa idea de que todos los humanos dentro de unos mismos contextos comunicamos la misma información. Ahora bien, la cuestión es que hay determinados contextos que, como este en que ahora mismo estamos, te exigen ser más prolijo a la hora de hablar y, por ello, el lenguaje que se emplea es mucho más elaborado, mientras que en un contexto más informal se habla menos porque la carga de descodificación del mensaje es puesta en el oyente. Una conversación es un tira y afloja entre emisor y receptor: el emisor desea hablar lo menos posible, por un principio de economía, pero el receptor desea que sea lo más prolijo posible, para evitar la ambigüedad y para reducir el esfuerzo interpretativo. Puede ser que en épocas pretéritas donde a causa de diferencias mentales, que tendrían otra naturaleza, la comunicación fuera más simple porque está claro que la comunicación entre los chimpancés y entre los seres humanos es cualitativamente diferente.

Ejemplos de arte paleolítico, como las figuras teriantrópicas, con una antigüedad de 30.000 años, son, como indicas en el libro, «posibles indicios arqueológicos de una fluidez cognitiva potenciada». Estas representaciones que hibridan el cuerpo de un animal con el de un humano no están copiando un elemento tomado del natural, sino que son fruto de un proceso previo de conceptualización que fusiona dos conceptos preexistentes. Esto plantearía la posibilidad de que se tratara de seres con una fluidez cognitiva semejante a la de los individuos actuales (lo cual, entiendo no implicaría necesariamente que los productores de esos objetos usaran lenguas estructuralmente complejas, sino que poseían la capacidad potencial de ir incrementando la complejidad de estas en función de las demandas de su entorno social), algo que reafirma el cuestionamiento de la idea de avance lineal del progreso intelectual y tecnológico del ser humano. Señalas también cómo algunos especialistas ven determinados diseños geométricos, trenzados y nudos que pueden hallarse en restos arqueológicos prehistóricos como evidencias de un sistema computacional equivalente al del individuo contemporáneo que permitiría inferir la existencia (o posibilidad) de una sintaxis con el mismo nivel de desarrollo. Estas evidencias, que se engloban dentro de ese tipo de vestigios que examinas en el capítulo dedicado a los «fósiles del lenguaje», sirven asimismo para comprender las diferencias entre la cognición de los neandertales y de los individuos modernos.

La modernidad cultural es algo fluctuante: va y viene. Puede aparecer en ciertas zonas, desaparecer y reaparecer. No es por ello algo que esté vinculado a la modernidad biológica. Nosotros fuimos indistinguibles de los neandertales durante muchísimo tiempo y en muchos lugares el comportamiento neandertal persistió a lo largo de más tiempo. Lo que sí está dándose es un intento de reinterpretar todos esos productos que se pueden encontrar en el registro arqueológico desde un punto de vista cognitivo: es decir, como informativos de cómo es la mente humana para luego usar esa información como medio para inferir informaciones básicas del lenguaje.

Un tema que los arqueólogos debaten es por que surge primero el arte figurativo y posteriormente las representaciones se tornan abstractas. Son discusiones importantes porque luego se trasladan al lenguaje. El arte abstracto exige más capacidad de inferencia, algo que a nivel de lenguaje sea compatible con un nivel más sofisticado, depurado, que recurra más al uso de metáforas…Intentamos así volver como sea informativos restos que están ahí porque del lenguaje no queda nada, por lo que la única posibilidad es hacer este tipo de inferencias.

Recientemente leí la noticia sobre la recreación de la voz de un sacerdote egipcio fallecido hace 3.000 años, posibilitada gracias a una impresión tridimensional de su tracto vocal. La investigación fue llevada a cabo por investigadores de la Universidad de Londres, la Universidad de York y el Museo de Leeds. La momia conservaba en condiciones razonablemente intactas el tejido blando del tracto vocal, lo que permitía ensayar una ‘reproducción’ del sonido de su voz. Se logró la emisión de un único sonido vocálico. El experimento se consideró exitoso, aunque los investigadores apuntaron a que tener una idea del sonido real de la voz de ese hombre llamado Nesyamun  (para el cual, por su papel de sacerdote, era un importante instrumento: recitado ritual, canto…) era muy necesario tener en cuenta más factores que podían haber ‘moldeado’ ese sonido vocal, tanto objetivos como, deduzco, subjetivos. Me resultó llamativo justamente ese aspecto de las conclusiones: ¿tiene sentido recrear la voz de un individuo cuando el propio logro lleva a la admisión de que es un sonido cuya ‘exactitud’ no depende únicamente de aspectos orgánicos? Entiendo que nos encontramos aquí ante un individuo biológicamente idéntico a nosotros; por ello, ¿tiene sentido recrear su voz, ir a la búsqueda de similitudes o diferencias? ¿Es un fósil del lenguaje verdaderamente útil?

Estos estudios son interesantes y de hecho se han realizado similares con neandertales; es decir, con seres que vivieron varias decenas de miles de años antes que la momia objeto de este experimento. Se ha reconstruido también el tracto vocal de algunos primates precisamente para demostrar si alguna de las razones por las que no son capaces de aprender a hablar es un problema de configuración de este. Cuando se hace ‘hablar’ a estas reproducciones de tracto vocal de primates el sonido emitido es muy similar al de los humanos, de lo que se deduce que la capacidad de hablar tiene depende de la configuración y el control cerebral y no tanto del tracto vocal. En el caso de esa momia no sorprende que esos sonidos sean idénticos a los que pueda emitir cualquier individuo actual porque las diferencias fisiológicas son muy pocas.

Experimentos como este ayudan a entender el habla, cómo creamos sonidos para revestir el lenguaje, pero no nos dicen nada acerca de la complejidad gramatical de las lenguas. En el libro apunto que los sordos no hablan pero tienen un lenguaje con las mismas propiedades que el de quienes sí oímos. El estudio del tracto vocal es interesante, pero hasta cierto punto secundario.

Algo que señalo en el libro es que a lo largo de unos 6.000-8.000 años los cambios en la dieta modificaron la forma de la mandíbula, lo que facilitó la pronunciación de ciertos tipos de sonido, como el de la letra f.

Es la investigación que ha dirigido el lingüista Damián Blasi que, como indicas en el libro, ha demostrado que «los sonidos labiodentales pudieron aparecer, o al menos hacerse más frecuentes, como consecuencia de la difusión de la agricultura. La razón es que los cazadores-recolectores usan los incisivos como una suerte de tercera mano, de forma que aprisionan entre ellos el alimento que quieren desgarrar (un proceso en el que intervienen también los caninos y los premolares). Como consecuencia, ambas mandíbulas suelen tener una extensión parecida y, cuando se cierran, las dos filas de dientes entran en contacto. Esto dificulta la articulación de los sonidos labiodentales, puesto que para ello haría falta retrotraer la mandíbula inferior. En cambio, en las sociedades que practica la agricultura, esta es la conformación natural de la mandíbula, dado que los cereales se procesan fundamentalmente con los molares». Es un pasaje que me llamó muchísimo la atención, por cuanto pone de manifiesto toda esa complejidad de factores que han de ser contemplados a la hora de investigar los orígenes del lenguaje como capacidad humana: biológicos, neurológicos, ambientales, sociales… y su sutilidad.

Un aspecto que mencionas es la posibilidad de una primitiva atención humana a las formas de comunicación y sonidos animales. Es algo que resulta muy interesante, aún más considerado a la luz de estudios literarios donde se analiza la presencia de la voz de los animales en textos antiguos y medievales, por ejemplo. En estos últimos, la atención a los sonidos animales y a su capacidad comunicativa es interpretada como una forma de exploración de la sustancia del lenguaje, de la naturaleza de lo que es humano y no-humano…

Para casi todas las culturas, el lenguaje es una imitación del mundo real. Todo lenguaje comienza siendo una forma de onomatopeya. Esa idea se abandona un poco cuando se comprueba que las palabras suenan de maneras distintas en cada idioma, incluidas las onomatopeyas. Es la idea de la arbitrariedad del signo lingüístico, que tan importante ha sido luego. Curiosamente hoy estamos reevaluando de nuevo esa idea de que toda palabra es un signo arbitrario porque hay mucha iconicidad en las lenguas. No es una iconicidad absoluta, no se trata de una imitación directa de la realidad, pero sí relativa. Por ejemplo, cuanto más complejo es el significado de una palabra, más compleja es su forma. Hay muchos fenómenos interesantes a discutir en torno a eso porque nuestra imitación de la naturaleza va mucho más allá de las onomatopeyas. Hay lenguas que cuentan con cientos de ideófonos, palabras que representan aspectos básicos de la realidad (el ruido, el tacto, la velocidad, el tamaño…) mediante ciertas combinaciones de sonido que no deben ser arbitrarias porque cuando se hace un test a alguien que no conoce la lengua y se le pide que acierte el significado de la palabra, se produce un elevado número de aciertos. Eso evidencia la existencia de un determinado componente psicológico en los sonidos. Está científicamente comprobado que asociamos las vocales cerradas a tamaños pequeños o los sonidos bilabiales, como la m y la b, a formas redondeadas… El simbolismo fónico está presente en cierto modo en la lengua no literaria.

A lo largo del libro refieres diferentes estudios de los que eres coautor, como el desarrollado junto a Cedric Boeckx, planteando que dentro de un cráneo de forma más esférica, el tálamo del cerebro ocupa una posición más central, lo que habría contribuido a un incremento de la fluidez cognitiva, o el realizado junto a Elliot Murphy, examinando las diferencias entre neandertales y nuestra especia que afectan a la estructura de las proteínas codificadas por el gen NOVA1, que interviene en el desarrollo del cerebro. En el último capítulo abordas la teoría de la autodomesticación y la evolución del lenguaje.

La hipótesis de la autodomesticación ha sido formulada por diversos estudiosos y plantea que los humanos hemos atravesado un proceso similar al de los animales domésticos y que consiste básicamente en adaptarnos a vivir en un entorno más social. Todo ello ha provocado toda una serie de cambios en nuestro cuerpo y mente. Esta hipótesis explica gran parte de cómo somos, incluyendo la cultura y el comportamiento prosocial. He trasladado esa hipótesis a la evolución del lenguaje. Respecto al estudio de esa evolución se ha producido un cambio muy importante, donde se ha pasado de una visión muy biologicista, postulada por Chomsky y que sostiene que el lenguaje aparece porque ha cambiado nuestra biología, a otra más cultural, que es sobre la que hemos venido discutiendo, y que plantea que la mayor o menor complejidad de las lenguas depende del entorno cultural y sus exigencias.  Un entorno favorable a esos procesos de complejizar la lengua sería uno donde los individuos pudieran convivir sin conflictos, pasar tiempo juntas, intercambiar…y para todo ello es necesario un grado de tolerancia hacia los demás. Eso es lo que sucede en la domesticación y lo que nos distingue de otros primates, ser tolerantes al contacto con un grupo de individuos conocidos.

En una viñeta humorística de comienzos de los años 60 un troglodita dice a otro: «Y ahora que hemos aprendido a hablar, ¿de qué hablamos?». ¿Qué dice esta viñeta a un lingüista?

El lingüista se ríe (porque el chiste es bueno), pero sabe que no es un reflejo exacto de la realidad. A  medida que el lenguaje como capacidad cognitiva se fue volviendo más sofisticado, nuestra forma de pensar hizo lo propio. Y, siendo el ser humano una especie social, seguro que siempre tuvimos cosas que decirnos los unos a los otros. Es más, según Dunbar, el famoso psicólogo especialista en cognición social, fue la capacidad de hablar (y de contarnos cosas), lo que permitió volver más grandes los grupos en los que vivíamos, hasta alcanzar la complejidad de las actuales sociedades.

Antonio Benítez Burraco, El origen del lenguaje. De Adán a Babel, Almuzara, 2023.

ILUSTRACIONES

(1). Viñeta publicada en El DDT, 1ª época, nº 555, 1 enero 1962.

(2). Antonio Benítez Burraco