Karin Faber sobre «Aquellas aves de Pompeya»

Karin Faber señala que en Pompeya no abundan las pinturas de pájaros. «Es todo lo contrario, hay que buscarlas», nos dice. Están en los zócalos y en los frisos superiores de las paredes pintadas de las domus. Aparecen ahí. Para un ojo no avezado, quizá de la misma manera inesperada en que un pájaro real sorprende y atrapa nuestra mirada por un momento. Distinta tal vez para la atención y el conocimiento del ojo de observador de aves como Faber, que recorrió Pompeya a la búsqueda de ellos.

Como hace con los que encuentra en la naturaleza, fotografió allí esos pájaros que el Vesubio también guardó en el Tiempo, en la instantánea creada por la mano de un pintor. La concepción visual y textual que Karin Faber ha dado a este libro hace observar cada una de esas imágenes como un vivo signo de la intensa presencia física y simbólica que las aves tuvieron en la vida de las personas de aquel tiempo desde la que emergen preguntas para nuestros ojos y nuestra mente.

¿Cuánto tiempo hace que comenzaste a observar a los pájaros?

Hará más de veinte años. Teníamos un petirrojo en el jardín de nuestra casa con el que trabé amistad hasta el punto de que me lo encontraba esperándome cuando regresaba del trabajo y, en el tramo que llevaba del garaje hasta la puerta de mi casa, él volaba a mi lado, saltando de arbusto en arbusto, como contándome las novedades del día. Yo le respondía: «Pues sí, yo también he tenido un día complicado pero, espera, ya te doy los piñones.» Ponía en mi mano dos o tres piñones y se los ofrecía, entonces él se posaba en mi mano y los cogía. Esto me pareció tan maravilloso que decidí conocer más acerca de las aves. Me hice socia de SEO/Birdlife, tomé cursos, participé en excursiones…el proceso que te lleva a convertirte en un birdwatcher.

Como un pequeño Hermes en su función de guía, este petirrojo llevó tus pasos hacia el mundo de las aves. ¿Tenías entonces ya algún tipo de interés en el mundo natural o en la fotografía?

Desde la infancia, he tenido mucha empatía con la fauna, la flora y todos los elementos de la naturaleza. Recibí mi primera cámara fotográfica cuando tenía más o menos catorce años, pero tardaría más tiempo en convertirse en una pasión. De hecho, antes de iniciarme en la fotografía trabajé con la cámara de video, usándola para captar imágenes del mundo submarino porque, antes de los pájaros, estuve fascinada por los peces.

Heredé de mi padre el gusto por el submarinismo y me inicié en él durante un viaje por la Polinesia, donde se ofrecían algunas actividades submarinas. Por entonces, yo aún no tenía el carnet pero durante la travesía asistimos mi marido y yo a un cursillo muy breve para aprender a desenvolvernos con el equipo. Así que mi primera inmersión fue en aquel lugar privilegiado, que es un como un inmenso acuario. La experiencia me impresionó y, de regreso, decidimos sacarnos el carnet de la Federación Española de Actividades Subacuáticas.

El submarinismo es un deporte muy cómodo a nivel físico y también muy visual. Asimismo, al ser tu propia respiración el único sonido que escuchas, te relajas en medio de un mundo fantástico. Tomar una cámara y seguir el movimiento de los peces  me ayudaba a tomar algo de distancia de mi vida profesional, muy exigente y llena de responsabilidades.

Al cabo del tiempo, debido a diferentes circunstancias, fui abandonando la práctica del buceo y fue justamente por esa misma época cuando apareció el petirrojo y me inicié  en el mundo de los pájaros.

Para la observación de pájaros, el vídeo no tiene demasiado sentido ya que es la instantánea, captar al ave en movimiento o en reposo, lo que realmente te proporciona su impronta. Así fue como me adentré en la fotografía y he ido reuniendo, a lo largo del tiempo, todas esas imágenes de aves vistas a lo largo y ancho del mundo y de las que ofrezco una selección en mi web.

¿Qué vincula en tu caso la cámara fotográfica a la observación de pájaros?

Sinceramente, para mí, llevar la cámara tiene algo de egoísta. Similar a un cazador, que sale al campo esperando cobrarse una pieza. Cuando has visto un ave y la encuentras ahí, posada en una rama sientes un impulso parecido. Deseas llevarte esa imagen hermosa y que, además, sabes que en muy pocos segundos habrá desaparecido. Tomar la fotografía te permite capturarla y conservar ese momento de belleza vivido.

Comprendo qué quieres decir. Ese súbito y claro reconocimiento de la belleza forma parte del sentimiento de encanto, de maravilla o estremecimiento que los animales nos ofrecen en diferentes maneras.

Entrar en interacción con un animal silvestre es algo sumamente gratificante.

Una vez, fui a Australia para bucear con el tiburón ballena. El capitán del barco avisaba: «A 45º», entonces te sumergías y lo esperabas. Observabas el inmenso azul y, poco a poco comenzaba a asomar su silueta, aproximándose. La adrenalina en ese momento se dispara. Los animales son también curiosos y, a su ritmo, él iba aproximándose a nosotros. Cuando el tiburón pasa a tu lado y le miras a su diminuto ojo, y ves que él también te está mirando, y extiendes la mano y notas el roce suave de su piel, que es como tocar terciopelo mojado, sientes que ha ocurrido lo más impresionante que podía sucederte en la vida.

En otra ocasión estuve frente a un gorila de llanura en República Centroafricana. En una zona protegida como aquella, se te indica que debes aguardar su paso y no acercarte. El gorila, que sabe perfectamente dónde estás porque te huele, pasa a pocos metros para comprobar a través de la maleza qué es lo que se te ocurre hacer. Y a mí lo único que se me ocurrió hacer fue clic, pero tampoco olvidaré nunca esa mirada.  Fue sobrecogedora. Recuerdo que notaba mis ojos llenos de mosquitas, que estaba ahí inmóvil, sudando, y consciente de que pese a aquella molestia de los insectos debía quedarme totalmente quieta, aguardando su aparición. Y ese instante en que el animal aparece te deja una sensación parecida tal vez al desmayo.

Escuchándote ahora, pensaba en que posiblemente esa fuera de alguna forma la sensación que embargase a los humanos más primitivos y a los de tiempos antiguos al hallarse frente a un animal. En las líneas de inicio de Il Cacciatore Celeste, Roberto Calasso refiere de una manera subyugante esa forma de conciencia primitiva, en la que los animales «no eran necesariamente un animal. Podían ser animales, pero a veces eran humanos, dioses, señores de una especie, espíritus, ancestros». Esa fascinación genera una forma muy profunda de conexión, de reverencia y emoción, que el alejamiento de la naturaleza nos está llevando a perder.

Sí, el contacto con la naturaleza se ha trivializado. Hoy los niños, desde muy pequeños, ven imágenes de la fauna salvaje a través de la televisión. Por supuesto, no quiero decir con esto que me parezca negativo que existan esos documentales pero esto hace que todos hayamos visto leones cazando de mil maneras, despiezando sus presas, combatiendo entre sí… El día que estas personitas tengan la  oportunidad de ver directamente un león su impresión será, seguramente,  la de un dejà vu. Esperarán ver en un fin de semana lo mismo que esos documentalistas, que han dedicado  infinitas horas de filmación para destilar de ellas un minuto proyectable.

Aquellas aves de Pompeya se presenta como una especie de guía de viaje para el observador de pájaros pero aporta a través de sus concisos textos una mirada amplia sobre las diferentes formas en que los pájaros estaban presentes en la vida de los hombres y mujeres de la antigüedad latina. ¿Cómo surgió la motivación para llevar a cabo este proyecto?

Este libro, que propone un safari ornito-arqueológico, surge a partir de una colaboración  como fotógrafa en una excavación que estaba llevando a cabo un equipo de arqueólogos de la Universidad Complutense de Madrid en 2010. Mi labor consistía en documentar fotográficamente piezas pequeñas de cerámica, vidrio y metal que iban encontrándose en una casa sita en el número III de la Insula VI, Región VIII: la Casa de la Diana Arcaizante. Las piezas importantes, como la escultura de la diosa que daba nombre a la propia casa, ya habían sido extraídas hacía aproximadamente doscientos años, en la época de Carlos III, cuando se comenzaron las grandes excavaciones de Pompeya. Considerando que, además, sufrió bajo los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial, no cabía esperar más hallazgos que los de esas pequeñas piezas. Por ese motivo, yo dispuse de mucho tiempo ocioso que dediqué a deambular por todo el recinto, disfrutando de paseos matutinos antes de la llegada de los autobuses con turistas; y esos paseos, adentrándome en esas casas y observando lo que en ellas había, resultaban mágicos.

En las domus romanas hay grandes murales, generalmente representando dioses o escenas mitológicas. En los pasillos aparecen pinturas pequeñas, como enmarcadas, los pinax. En las partes superiores, allí donde han sobrevivido, se ven guirnaldas decorativas y en los zócalos, representaciones vegetales y, a veces, algunos pájaros. Por mi afición a la ornitología no me pasaron desadvertidos esos pájaros, de manera que empecé a buscarlos y fotografiarlos, a tomarles primeros planos.  Asimismo, traté de recabar más información acerca de representaciones de pájaros en frescos. Sin embargo, a pesar de la ingente bibliografía existente sobre Pompeya, eché en falta estudios específicamente dedicados a las aves. Esa ausencia me llevó a la convicción de que debía investigar por mi cuenta.

¿Cómo se define el encuentro que aquí planteas entre la fotografía ornitológica y las representaciones visuales de aves que se encuentran entre los frescos pompeyanos?

Hay un libro excelente, publicado en 2010 por la Sociedad Española de Ornitología, sobre las aves que aparecen en las obras del Museo del Prado. En él se describen cientos de cuadros donde aparece algún ave. En ellos las aves suelen ser elementos accesorios; de algún modo como sucede en los frescos de Pompeya: están en un costado, no suelen ser el elemento protagónico.

No obstante, algunos lienzos sí sorprenden y casi siempre son obra de maestros flamencos. Me gusta mucho Frans Snyders (1579-1657) en cuyas obras se encuentran composiciones fantásticas que reúnen aves variopintas, decenas de ellas, luciendo su plumaje. Aparte de esos cuadros, los más espectaculares en lo que a aves se refiere, también hay muchos bodegones, naturalezas muertas o escenas de caza. Creo que en la historia del arte se repite el papel decorativo o accesorio de las aves en el marco de unos escenarios más importantes. Claro está que cuando aparecen, puede que su presencia ahí no sea casual, que tenga un valor simbólico. El ejemplo más representativo es la paloma como símbolo del amor, la pureza…La Virgen María aparece frecuentemente representada junto a una paloma. En la antigüedad esta ave estaba asociada a Afrodita-Venus.

Conceptualmente, yo diría que entre este libro y el mío hay un cierto paralelismo.

¿Cómo describirías la relación e interacción que existía entre aves y humanos dentro de la cultura romana?

Los romanos eran una sociedad con una fuerte interacción con la divinidad, a tal punto que hoy la calificaríamos de supersticiosa. Los símbolos que permitían interpretar la voluntad de los dioses eran para ellos cruciales: los sacrificios eran una forma de interactuar con los dioses, pero no la única. También el comportamiento de los animales era interpretado como una expresión de la voluntad divina. Expertos en llevar a cabo esa interpretación eran los augures, figuras con gran prestigio dentro de aquella sociedad. Las aves concretamente aportaban más que cualquier otro animal una componente mágica a esas cábalas porque vuelan, cantan, están cubiertas de plumajes coloridos y, de alguna forma, escapan al control humano.

Los pájaros podían estar presentes y mediar en muchos aspectos de la vida cotidiana. Por eso, para un romano ver un ave significaba mucho más que para nosotros. Estaban presentes como decíamos en la religión, la economía, en la vida privada como ayuda al amor o a la salud, luego en el ámbito familiar como mascotas y a nivel público como objetos de diversión y juegos competitivos, véanse las peleas de gallos y también de codornices.

En el libro llamas la atención sobre el hecho de que entre los frescos, por un lado, se hallan representaciones de un realismo muy minucioso y, por otro, representaciones de aves imaginarias o genéricas (sin rasgos que permitan identificarlo como pertenecientes a alguna especie concreta). Indicas asimismo que es muy probable que el artifex (pintor) trabajase desde un conocimiento del natural, por su propia observación directa, pero que también cabe presumir que dispusieran de cuadernos o plantillas de referencia.

Desde estos elementos, ¿cabría reconocer relaciones o similitudes entre el artifex antiguo, como observador y representador de aves, y el fotógrafo actual?

Sí, yo creo que sí hay un parecido entre el artifex y el fotógrafo ornitológico.

Los aficionados a los coleópteros disecan y coleccionan especímenes, los botánicos recogen hojas y flores y los secan, pero el observador de pájaros no puede guardar lo que ha visto, salvo en imágenes. Para él, la cámara fotográfica es el complemento inmediato a los prismáticos. Y no sólo para recordar las estampas vividas, esos momentos inigualables a los que antes me refería, sino también para identificar a posteriori aquellas aves que, durante el paseo, le resultaron nuevas o dudosas y que luego coteja con las guías de pájaros.

Pero si del hobby pasamos a un encargo, a ejecutar una obra pictórica, aún es más necesario disponer de una descripción certera del ave que se quiere plasmar. Si se trata de jilgueros o gorriones quizá sea muy fácil encontrar un ejemplar pero es inverosímil que los artistas del siglo XVII, por ejemplo, hubiesen visto guacamayos u otras aves exóticas que, sin embargo, sí fueron capaces de pintar, como ilustra ese libro sobre las aves del Prado. Tuvieron que basarse en dibujos de zoólogos o exploradores o emplear plantillas ya existentes. En un taller como el de los Brueghel se disponía sin duda de ese tipo de ayudas. Ni Brueghel El Viejo ni Brueghel El Joven debieron dedicarse a observar pájaros y, sin embargo, pintaron muchísimos. 

De igual manera, el artifex romano recurría también a esas artimañas, en el mejor sentido de la palabra. Se encontraron plantillas que eran usadas por ellos y yo misma puedo atestiguar haber visto muchas aves en numerosos frescos donde la imagen es exactamente la misma que existe en otro fresco, en otra casa y en otra región. Es decir: las copias eran realizadas a partir de un modelo común, sin lugar a dudas. Además hay que destacar que, a la hora de dibujar al fresco, el artista se enfrentaba a una dificultad añadida, la de pintar directamente sobre el revestimiento de una pared recién enlucida y húmeda, de modo que el tiempo para trazar y colorear era muy limitado. Salvo excepciones, en que el dueño de la casa exigía un mayor detalle natural o la pintura iba a decorar el tablinum (comedor), donde se celebraban los banquetes, el artista resaltaba algún rasgo característico del ave y el resto lo terminaba sin demasiado esmero, de ahí que a veces sea difícil identificar al ave en concreto.

La búsqueda y análisis de estas imágenes es, de alguna forma, una forma de arqueología que posiblemente aporte elementos útiles al estudio de la historia natural de las especies.

Con el fin lograr el difícil  permiso de la Soprintendeza Pompei  para acceder a las casas clausuradas con mi equipo fotográfico, obtuve de SEO/Birdlife una carta de presentación, porque comprendieron que era muy interesante saber qué aves eran conocidas por los romanos y averiguar hasta qué punto son las mismas que habitan la zona en la actualidad, máxime cuando apenas hay escritos sobre este tema.

En Aquellas aves de Pompeya, expongo una tesis que estuve discutiendo con Mark Walters, un ornitólogo inglés residente en Nápoles y que es también doctor en Historia Clásica.  Es el autor del anexo con los paseos ornitológicos que se ofrece al final del libro. Él me decía que, en su opinión, uno de los pájaros que aparece dibujado en un fresco de la Villa de Popea, era un rabilargo. Los rabilargos son unas aves parecidas a las urracas que sólo se encuentran en el Lejano Oriente y la Península Ibérica. Actualmente no hay rabilargos en el resto de Europa y él consideraba perfectamente posible que hubiese habido rabilargos en Italia durante la época romana.

A lo largo de los casi siete años que tardé en hacer este libro, tuve tiempo y ocasión de hojear todo tipo de publicaciones y, en una de Osteoarqueología encontré un artículo donde se explicaba que el ADN de los rabilargos occidentales difiere del de los asiáticos. Esto da al traste con la teoría de que fueron expediciones como la de Marco Polo quienes trajeron a Europa desde China estas aves que proliferarían en Iberia. Y demuestra que, tratándose de otra variedad, pudo haber habitado no sólo aquí, en la Península Ibérica, sino también en el resto de Europa, por más que luego hayan acabado concentrándose aquí. Éste es un pequeño apunte científico que he dejado ahí planteado.

Y que es posible plantear gracias a la pregunta que abre la presencia de este pájaro entre los representados en los frescos de Pompeya.

Como acabas de exponer, tu trabajo va mucho más allá de la observación visual.  ¿Cómo es de fundamental el estudio y consulta de fuentes de muy diversa procedencia para comprender plenamente estas imágenes?

Sí, me costó documentarme interdisciplinarmente porque yo, por educación, procedo del ámbito de las ciencias exactas.

Es del dominio común que hay aves estrechamente vinculadas a un significado. En el Medioevo encontramos los bestiarios que explican unos intrincados y fantasiosos significados de los pájaros, que han llegado hasta nuestros días transformados en refranes, cuentos o parábolas. En el mundo romano, que como antes decía, era profundamente religioso, había tal conexión entre pájaros y dioses que llegaba a confundirse la imagen con la invocación a la deidad.

El ejemplo más famoso es el de Júpiter y el águila. El águila suele aparecer a los pies de éste, alguna vez lleva entre sus garras un haz de flechas, atributo de Júpiter-Zeus. No en vano el águila se acabó convirtiendo en la insignia de las legiones romanas. Juno y Minerva, esposa e hija de Zeus, junto a quienes formaba la Tríada Capitolina, tienen también su propia ave. Sus aves eran el pavo real y el mochuelo, respectivamente.

Esa conjunción tan fascinante de arqueología, arte y aves, que está presente en Pompeya y que intento transmitir en mi libro me despertó la curiosidad por saber por qué determinadas aves aparecían con mayor frecuencia, o en compañía de otras o de figuras humanas. Las respuestas las hallé en las citas de algunos historiadores y filólogos como Otto Keller (1838-1927). No es un autor moderno y, como digo, hay muy pocos estudios que hablen de las aves en los frescos. Su principal obra titulada Die Antike Tierwelt  contiene numerosas citas de los clásicos a la hora de explicar el mundo antiguo de los animales.

La lógica de mi investigación me llevó hasta esas fuentes originales, entre las que destaca la  Naturalis Historia de Plinio, quien por cierto falleció en el año 79 durante la erupción del Vesubio que destruyó Pompeya.  Habla de las aves en su tomo IX, que está casi completo, a diferencia de otros. En él ofrece relatos, consejos de crianza, advertencias…todo de forma bastante desordenada, en absoluto siguió un guión como hoy haría cualquier investigador, pero aún así sus textos contienen informaciones muy curiosas que he trasladado, en la medida de lo posible, a este paseo ornitológico.

Mencionabas la rapidez con que debía trabajar el artifex sobre el estucado. Quizá ésa es una analogía de alguna forma posible entre él y el fotógrafo ornitológico, quien también debe operar con suma rapidez.

La fotografía de aves difiere mucho técnicamente de la de paisaje o artística. Por supuesto, resulta de gran ayuda conocer los hábitos de la fauna, no sólo para ubicar al pájaro en su hábitat y el momento del año en que se encuentra en nuestro entorno, sino también para predecir su comportamiento. La inquietud de las aves condiciona nuestra forma de proceder. No sólo necesitamos un equipo fotográfico muy especializado con lentes de muy largo alcance y una mucha resolución a altas velocidades sino que también hemos de respetar normas comportamiento para no asustar al animal cuyo territorio de alguna forma invadimos. He asumido, como la mayoría de los fotógrafos de Naturaleza el código ético de  AEFONA, la Asociación Española de Fotógrafos de Naturaleza.

Ambos tipos de fotografía, la del fresco y la del ave silvestre, requieren unos equipos y técnicas muy diferentes. En una charla que ofrecí  para la Sección de Fotografía del Ateneo de Madrid en 2015 me refería a qué hace falta, para qué y cuál es la gran diferencia de modus operandi para unas fotografías y para otras que, sin embargo, en el libro confluyen.

En el libro, estableces un paralelismo intencionado entre la imagen tomada del natural y la imagen del fresco. Este díptico que creas posibilita, de alguna forma, una confluencia de miradas que presentan a cada pájaro como un ser transtemporal, mediante el que nuestra mirada contemporánea se une a la de aquellas personas de la antigua Pompeya.

En la portada, la postura del mirlo es casi la misma que la que se ve en la contraportada. En el de la Casa del Frutteto está sobre un ánfora y en el de la foto en un bebedero para palomas en un jardín. La expresión y postura del ave son casi idénticas. A lo largo de las cincuenta escenas que contrapongo he procurado que haya similitud. No puedo modificar el fresco pero sí puedo buscar entre las muchas fotos que tengo aquella que más se parezca a la del fresco.

 ¿Se convierte la cámara en otro ojo, un perfeccionamiento de los ojos, un ampliador de la capacidad de la mirada?

Si nos preguntamos por el sentido o la finalidad de la foto naturalista cabe una gran variedad, comenzando por aquel deseo de conservar el recuerdo particular del encuentro con un ave en circunstancias azarosas, hasta la exposición pública en galerías de arte. La contribución cultural a través de la publicación de fotografías en redes sociales es amplísima, pienso en webs de una calidad notable como Portfolio Natural. Aquí la cámara sí se convierte en otro ojo.

Hay fotografías de flora y avifauna con un enfoque poco realista, son como efímeras. Podríamos pensar que han sido tratadas con algún programa de edición y, sin embargo, reflejan momentos que la niebla de la mañana o el tipo de luz ambiental las transfigura. Eso a mí me impresiona incluso más que cualquiera de esas fotografías ultraexactas donde se puede ver con un detalle extremo cada pluma del animal.

En cuanto a la utilidad científica de la fotografía de aves podemos citar las que aparecen en los seguimientos realizados por aficionados pero que luego las estudian ornitólogos especializados, quienes, en base a esas instantáneas, desarrollan mapas del comportamiento aviar que resultan indicadores del cambio climático. En este sentido, incluso desde la estación espacial se están llevando a cabo estudios sobre la migración de aves para determinar desplazamientos atípicos. Cuándo, cómo y hacia dónde migran las aves nos dice mucho porque ellas se desplazan hacia donde encuentran alimento. Por eso, si dejan de volar hacia un determinado lugar, hay que preguntarse qué está sucediendo. La respuesta es que el clima no permite que haya bayas, gusanos o insectos. Todo es un gran círculo. Examinar esos cambios estudiando los insectos o las bayas sería muy difícil pero los pájaros sí nos permiten obtener una pauta. Por esa razón las fotos documentales son utilísimas.

Karin Faber, Aquellas aves de Pompeya. Un paseo ornitológico en el año 79 d.C., Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 2016.

Imágenes.

(1) Bubulcus Ibis, Casa del Frutteto.

(2) Petirrojo.

(3) Lanius meridionalis, Casa del Labirinto.

(4) Colomba livia, Casa di Adone Ferito.

(5) Larus, Casa del Frutteto.

(6) Cyanopica Cyanus, Villa di Poppea.

(7) Karin Faber.

(Todas las imágenes se reproducen por cortesía de Karin Faber.)